28.9.08

Fernanda.


Recordó la noche anterior; las luces, la música, a él, su mirada, sus palabras. Renato Estrada había terminado con ella. Una relación de 5 años había terminado en cuestión de minutos. Ahora estaba echada en la cama tal y como había regresado de la fiesta, con la mirada perdida, unas naúseas horribles y el cabello hecho un desastre. Se levantó y fue al baño, se miró al espejo y lloró.

¡No llores maldita sea! – Se dijo furiosa mientras desviaba la mirada del espejo. No lo podía creer, su vida habia cambiado en un día. Todo el mundo se le vino abajo. Por un hombre.

¿Por un hombre?

Levantó la mirada al espejo y vio a una mujer devastada, por el fin de una relación. Una relación de 5 años. Una relación con el hombre que amaba. El hombre que la engaño 2 veces. Pero lo amaba ¿No?

No. Eso no era amor. Era tan solo una pantalla. Y todos parecían saberlo. Todos menos ella, no fue capaz de verlo. Pero no fue su culpa, él le regalaba cosas todos sus aniversarios y cumpleaños, al menos los primeros 2 años. Guardaba una foto suya en la billetera, claro que la escondía con cada nueva conquista. Él nunca la amó. Y ella, ella creyó amarlo.

Cada día igual. Si se acordaba la llamaba. Si se acordaba la tenía presente. Si se acordaba...

Cerró los ojos con rabia, con rencor, con odio. Se miró al espejo una vez más. Ahí, al frente, vio a una periodista de 23 años, con un futuro prometedor y una situación económica envidiable. Vio a una mujer hermosa. Se vio a si misma. ¿Por qué no podía tener a quien ella quisiera? Era hermosa, tenía un buen trabajo, un cuerpo de sueño y una personalidad increíble. ¿No podía?

Claro que podía. Podía y ella lo sabía muy bien.

Se metió a la ducha y dejo que el agua corriera por su cuerpo. Parecía una cura, como si se llevara toda la tristeza, frustración, odio, rencor e incluso los recuerdos de una relación sin futuro. Dejarse vencer no estaba en sus planes. Salió del baño envuelta en una toalla y suspiró al ver el desorden de su cuarto. Se puso a levantar todo lo que había tirado el día anterior, cuadros, adornos, fotografías rotas, de todo un poco. Al terminar abrió su ropero. Vestidos cortos y largos, pantalones, shorts, polos, blusas. Zapatos, miles de zapatos. Nada que le gustara.

¿Quien eligió su guardarropa?

Ella, con la opinión de Renato claro está. El siempre quiso que su novia luciera elegante, sofisticada, hermosa. Nunca vio que ya lo era. Nunca vio que todos los hombres lo envidiaban por tenerla al costado. No lo vio y la dejo ir.

Abrió uno de los cajones de su cómoda y sacó un polo de tiritas y unos shorts, nada elegante, nada sofisticada, sólo ella misma. Se puso unas sandalias, se recogió el cabello en dos trenzas y salió del apartamento.

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